Arqueología a la carta

Hace años, en un pueblo cercano a donde yo vivía, el descubrimiento de unas pinturas rupestres provocó ríos de tinta y un entusiasmo nada contenido por parte de políticos y arqueólogos. La universidad se apresuró a mandar expertos, a catalogar y a datar el hallazgo, y enseguida se convocaron congresos, simposia y se pidió la candidatura para declarar aquel descubrimiento como Patrimonio de la Humanidad. Cuando el circo ya estaba montado, un artista local confesó en la prensa que él era el autor de aquellas pinturas. Ni políticos ni expertos quisieron hacer caso a semejante patraña. El pintor demostró ante quien quiso verlo el procedimiento que había seguido para realizar las pinturas en la cueva. Las paredes de su estudio estaban estampadas con las mismos dibujos de idéntica antigüedad. Pero sólo algún díscolo recalcitrante se atrevió a reconocer que aquello había sido, en efecto, un fraude. Las mentes sabias y expertas no se "apearon del asno" durante mucho tiempo. En realidad, todavía algunos lo siguen manteniendo como forma de no reconocer su tremenda metedura de pata.

Algo parecido acaba de ocurrir ahora en el País Vasco con el yacimiento romano de Veleia, cercano a Vitoria. El fraude, que acaba de hacerse público, afecta a unas incripciones en euskera y latín, además de dibujos de un “Calvario” con cruces, que los expertos dataron entre los siglos III y V. A pesar de que no todos estaban de acuerdo con la autenticidad del descubrimiento, la Diputación de Álava se lanzó a promocionar el descubrimiento y a invertir dinero para su estudio y conservación. No obstante, algunos siguen sin caer del burro (ahora sin comillas) e insisten en que todo es un montaje para desprestigiarlos. Y, como mucho, aceptan rectificar retrasando la datación del yacimiento dos o tres siglos. Lo más triste es que la presunta falsificación de las inscripciones en euskera daña la investigación y el prestigio del principal yacimiento romano que existe en Esukadi, sobre cuya autenticidad nadie parece dudar.

Sin embargo, llueve sobre mojado. En 1991, un estudiante de arqueología descubrió en el monte alavés de Gorbea una cueva con pinturas rupestres de todo tipo. El estudiante cobró 12 millones y medio de pesetas por el descubrimiento. Se dató en 13.000 años la antigüedad de las pinturas. Poco después, dos arqueólogos británicos denunciaron que eran falsas sólo con ver las fotografías en la prensa. Sus colegas españoles tardaron un poco más en reconocerlo, casi dos años, pero al final lo reconocieron. El estudiante de arqueología tuvo que devolver el dinero, cuando el daño ya estaba hecho.

Todo esto me recuerda a un tipo al que conocí hace años en las montañas de La Rioja. Aquel hombre, lúcido en apariencia, había fabricado unas plantillas de madera con la forma de las huellas de dinosaurios, a distintos tamaños, y se dedicaba a grabarlas en las rocas de su finca rústica con esclopo y martillo. El resultado era impecable. Dentro de 13.000 años también la obra de este individuo será, sin duda, arte rupestre.