Durante años me persiguió el fantasma de Rafael Cansinos Assens. Luego fui yo quien empezó a perseguirlo a él. Hace tiempo que persigo a su fantasma. Me costó trabajo encontrar sus obras, pero
desde que di con ellas el escritor sevillano no se libra de mí, ni de día ni de noche.
Contaban que cuando Borges venía a España siempre preguntaba por él. El argentino lo consideraba su maestro y el mejor escritor de su generación. Mientras tanto, Cansinos se pudría asqueado por
el ambiente político del país, purgado por una dictadura que lo acusó de judío y de «llevar una vida rara».
Para la dictadura de Franco y sus funcionarios modélicos, «llevar una vida rara» significaba vivir de noche y trabajar de día. Por la noche Cansinos Assens se movía por el centro de Madrid, por
el perímetro de la canalla y la bohemia, del ajenjo y las putas. Por el día dormía, escribía y traducía a Dostoievski, Schiller, Goethe, Balzac y Andréyev para la Editorial Aguilar. Antes del
golpe de estado de Franco, cuando los tiempos le eran propicios, publicaba sus poemas y sus novelas entre los grandes del modernismo y sus adláteres. Luego vino la purga y el destierro interior,
desde el final de la guerra civil hasta el 6 de julio de 1964, cuando murió en la habitación 218 del Sanatorio Rúber de Madrid. Dos años antes, se casó con su sirvienta, Braulia Galán, en su
domicilio de Menéndez Pelayo, donde en alguna ocasión lo visitó Borges. Tuvieron que subir a un cura a la vivienda, porque se negaba a pisar una iglesia. Murió a los ochenta y un años, y en los
últimos cuarenta no había publicado ninguna novela, ni siquiera un poema. Sin embargo, no había dejado de escribir ni un solo día. A su entierro asistieron siete personas.
Persigo ahora el fantasma de Rafael Cansinos y leo sus extraordinarias memorias noveladas, con el título de La novela de un literato. Se publicó por primera vez en 1981, cuando el autor
llevaba diecisiete años muerto. Antes fue imposible, por culpa de la censura. Está publicada por Alianza en tres volúmenes que suman más de 1.500 páginas. Este libro de libros debería ser la
biblia del aspirante a escritor, el pentateuco del letraherido, el eclesiastés del crítico sabelotodo, el deuteronomio del escritor consagrado, el génesis del mediocre y el apocalípsis del
brillante.
A veces, la literatura se lee. En otros casos, como éste, se vive.