El filósofo, el bibliófilo y la sombra de don Viriato

Desde que encontré por primera vez al fantasma de Rafael Cansinos Assens sentado en los pies de mi cama, nada ha vuelto a ser como antes. «Léase usted esto, pollo», me dijo don Rafael con voz cavernosa, propia de un ser del otro mundo, y me puso entre las manos los tres volúmenes de su testamento vital y literario: La novela de un literato. A partir de entonces, ese libro que son tres libros se ha convertido en mi biblia pagana, la piedra angular sobre la que descansa mi biblioteca, mi vademécum particular. Cada vez que lo abro, mi estudio e incluso mi alcoba se llenan de hombres con levita y sombrero hongo, poetas estrafalarios que huelen a naftalina, hampones y bebedores de ajenjo de diversa catadura. Ya he aprendido a vivir con ellos en buena armonía.

 

Hace apenas unas noches se coló en la bandeja de mi correo electrónico uno de esos espectros del más allá que hacen llevaderas mis noches de insomnio. Se trata de don Viriato Díaz-Pérez Martín de la Herrería, teósofo, hidrópata, filósofo, vegetariano, sabio, crítico literario, traductor de Nietzche, ensayista, amigo de los Machado, de Valle Inclán, Unamuno, Juan Ramón Jiménez y, por supuesto, de Rafael Cansinos Assens. Precisamente fue don Rafael quien me lo descubrió en aquel libro que son tres libros, mi guía espiritual en la zozobra, mi faro en las noches de tormenta, etcétera, etcétera.

 

Dice don Rafael en su libro de memorias que Viriato Díaz-Pérez era «un hombre joven, alto, flaco, vestido de negro como un poste». Y entre muchas otras cosas relata la extraña relación de don Viriato con los hermanos Molano, especialmente con el filósofo Manolo Molano: bebedor, putero, derrochador, bohemio, ácrata, vividor, energúmeno número uno entre los hampones, ni siquiera igualado por el lorquino Eliodoro Puche o por el malagueño Pedro Luis Gálvez.

 

Don Rafael nos ofrece un retrato interesante de esta insólita pareja unida por no se sabe qué extrañas atracciones. Nos habla de la vida disipada de Molano y del orden y la pulcritud que imperaba en la casa de don Viriato, que vivía frente a la cárcel Modelo de Madrid. Pero de repente, en la página 275 de este libro que son tres libros, don Rafael nos cuenta que en 1906, a los treinta y un años de edad, Viriato Díaz-Pérez se marchó a Paraguay, donde vivía su hermana recién casada. Y le perdemos la pista: es decir, se la perdemos don Rafael y yo.

 

Sin embargo, tras un paréntesis de 105 años, el fantasma de don Viriato reaparece en la bandeja de mi correo electrónico, acompañado de una fotografía de su biblioteca: 3.500 ejemplares que van del siglo XVI al XIX y que incluye, además, cartas, documentos, diarios, libros dedicados por algunos escritores de la Generación del 98 y un ejemplar de Ninfeas de Juan Ramón Jiménez, del que en España solo hay tres ejemplares (uno en la Biblioteca Nacional, otro en la biblioteca privada del escritor Andrés Trapiello y un tercero en la Librería Raíces de Alicante).

 

Debo explicar, para ser riguroso, que no es el fantasma de don Viriato sensu extricto el que me escribe, sino su nieto Rolando, que está tratando de inventariar esa joya de biblioteca que tanto me recuerda a la que describe Leonardo Padura en su novela La neblina del ayer.

 

Rolando Manuel Díaz-Pérez me revela el final de la historia que quedó interrumpida en la página 275 de La novela de un literato. Gracias a él me entero de que don Viriato murió en 1958, a los ochenta y tres años; y me entero también de que hasta Paraguay lo siguió el filósofo Molano —extraña pareja, a juzgar por lo que cuenta don Rafael—, que murió en los años veinte, víctima quizá de su vida disoluta.

 

El nieto de don Viriato me cuenta también que entre los documentos de su abuelo están las cartas y diarios del filósofo Molano. Para Rolando es un misterio por qué esos documentos tan íntimos llegaron a manos de su abuelo. Y me regala algunos fragmentos del diario de Manuel Molano, que pueden servir para dar una idea de cómo era el mundo de los hampones, de los bohemios, unas veces idealizados, otras demonizados, pero casi siempre incomprendidos. Lo reproduzco manteniendo la ortografía original. Dice así:

 

«He ido a Badajoz. Día de Noche Buena, cenar en la casa de Inés y dormir con Emilia. 50 pesetas. Antes dormir con Mariquita Blanco, 50 pesetas todo juerga. Con Emilia después de Noche Buena otras dos dormidas, en union con Rosario (Tortillas). Eché cinco polvos por la tarde antes de ir por la noche. Cien pesetas las dos noches. Otro día había estado con Ramón Duran en una casa de citas donde me parece me robaron 15 o 20 duros [75 o 100 pesetas] llendo después a casa de Inés donde estube solo con Rosario pués Inés estaba ocupada. 150 pesetas».