
(novela negra y digital por entregas)
Por LUIS LEANTE
PRÓLOGO
Muchos años después —como diría García Márquez—, regresé a aquella casa en la que había pasado la infancia y la adolescencia. Pero ya nada era igual, a pesar de que el lugar resultaba reconocible. Los techos estaban agrietados, las paredes ennegrecidas y la chimenea cegada. Todo parecía más pequeño y más viejo, como si los muros, las ventanas y las puertas estuvieran allí desde el principio del mundo y se hubieran ido encogiendo con el paso del tiempo. Me resulta imposible expresar la desolación que sentí.
En otro tiempo la casa y el barrio fueron casi la misma cosa, el universo: medio centenar de callejuelas en un entramado imposible, atravesadas por la vía principal, la calle Mayor, donde había vida día y noche, en cualquier época del año. De aquello ya no quedaba casi nada. La mayor parte de los comercios ya no existían, las calles estaban desiertas; las casas, abandonadas en su mayoría. Todo me pareció sórdido y sucio, como si el tiempo le hubiera dado a las cosas una pátina de «grisura». ¿Cómo había podido llegarse a semejante decadencia? Es algo que todavía ahora me sigo preguntando.
Salí de aquella casa, de aquel barrio, arrepentido de la visita. Durante días las imágenes de desolación se me aparecieron en sueños, hasta el punto que decidí combatirlas con los recuerdos; no se me ocurrió otra forma mejor de hacerlo. Acudí, entonces, a los álbumes de fotos, a la memoria, a mis libretas de tapas negras. Y descubrí cosas sobre mí que yo desconocía, o mejor dicho, que había olvidado. No hay nada como dejar por escrito los acontecimientos cotidianos y regresar a ellos después de mucho tiempo.
A los doce años algunos mezclábamos la realidad con la ficción, sin que ahora me resulte fácil reconocer qué era verdad y qué era mentira. Yo he seguido mezclando las dos cosas hasta hoy, y a estas alturas ya no soy capaz de separarlas. De alguna manera, esta alquimia vital me ha servido para sobrevivir en la jungla moderna en la que tengo que desenvolverme.
Ahora esos restos del naufragio cobran vida en este Caravaca Downtown, que tiene su origen en aquellos tiempos en que literatura, cine y vida eran la misma cosa; donde uno se sentía Raymond Chandler o Philip Marlowe, según la hora del día o el estado de ánimo; donde todas las mujeres rubias eran Lauren Bacall, y las morenas Ava Gardner; donde el barrio no era el Casco Viejo, sino el Downtown; donde el pueblo no era Caravaca, sino la City; donde las cosas que ocurrían en la calle, en el cine y en los libros se mezclaban y se convertían en la misma cosa.
(CONTINUARÁ)