Caravaca Downtown, 26

(novela negra y digital por entregas)

 

Por LUIS LEANTE

 

CAPÍTULO 26

 

 

Arthur White había pasado menos de doce horas en el calabozo, pero por su aspecto se diría que había estado doce años. Se bebió un cuarto de la botella de Anís Arruza antes de hablar.

      —Necesito darme una ducha —dijo cuando empezó a sentirse mejor—. Huelo a calabozo.

        —¿Te soltaron sin más? —preguntó Mimí.

        —Libre y sin cargos, ¿qué esperabas?

        Mimí me agarró la mano y me la apretó. Sin duda le habría gustado apretársela a él, sentarse en sus rodillas, besarlo a pesar del olor a calabozo. Estoy convencido de que yo fui el motivo de que se reprimiera. Estaba realmente emocionada.

        —¿No va usted a contar nada? —insistí.

     —No tenían nada contra mí, y lo sabían. Nadie me ha acusado, nadie me ha señalado como el sospechoso, simplemente el coronel dijo que anoche habíamos estado en su casa cenando, y la policía se puso a atar cabos.

    —¿Y por qué no me detuvieron a mí? —preguntó Mimí—. Yo también estuve en esa cena.

      —Está claro —me adelanté al detective—: iban a por el señor White. Usted está en la lista negra de la policía, jefe.

      —Es un dudoso honor para el que no he hecho méritos suficientes, pero me temo que tienes razón, muchacho.

        Arthur White nos relató su estancia en el calabozo y la declaración ante el juez. Por más que insistió en que los cuadros que encontraron en la oficina eran un regalo del coronel Santoni, nadie parecía creerlo. Sin embargo, la coartada del señor White empezó a tomar consistencia cuando las hermanas Culebras, se presentaron para declarar delante del juez.

        —El señor detective no ha sido —dijo una de ellas—. Tenemos constancia.

      —¿Qué significa que tienen constancia? —preguntó el juez—. Explíquese.

      Las dos mujeres se miraron y se ruborizaron.

        —Explícate tú —dijo una.

        —No, explícate tú, que eres la mayor.

        —Apenas por un minuto.

        —¿Quieren hacer el favor de hablar de una vez?

        La presunta Culebra mayor tomó aire y dijo:

        —El señor detective no pudo ser porque a la hora en que se cometió el asesinato…

        —Intento de asesinato —la corrigió el juez.

      —Bueno, pues a la hora del intento del asesinato, el señor detective estaba haciendo uso del matrimonio con esa señorita tan simpática con la que vive, aunque no están casados.

        El juez se quitó las gafas y abrió los ojos todo lo que pudo. 

        —A ver, señora, ¿Pretende decirme que...?

      —Mi hermana no lo pretende —lo interrumpió la presunta Culebra menor—, lo ha dicho. Y bien clarito. El señor detective y la señorita estuvieron haciendo triquitriqui hasta casi el amanecer. Desde mi casa se oye todo perfectamente. Los tabiques son de papel, aunque digan luego que son muros de dos metros. Mentira. De dos metros nada. Si lo sabré yo. Estuvimos oyendo los muelles del somier desde las tres menos cuarto hasta las siete y media.

        —Bueno, con algunos intervalos en los que los oímos hablar.

        —Hablar, hablar, lo que se dice hablar no era, porque se conoce que el señor detective había empinado el codo.

        El juez levantó las dos manos para pedir silencio.

        —¡Esto es inaudito!

        —No, crea, señor juez. Suelen hacerlo con cierta frecuencia.

        —¿Es o no es una prueba de que el señor detective es inocente? —continuó la hermana—. Si el intento de crimen se cometió a las seis de la mañana, como cuenta todo el mundo por ahí, es imposible que hubiera sido el señor detective.

       La declaración de las dos hermanas Culebras sirvió para que la hipótesis de la policía comenzara a desmoronarse. Sin embargo, lo que resultó determinante fue la declaración del coronel Santoni. En cuanto despertó del sueño reparador al que lo había llevado el tranquilizante que le dieron en la Casa de Socorro y se enteró del revuelo que se había generado en el Downtown, se presentó en el Retén de la policía y contó algunos detalles que antes, por los nervios y la tensión, no había dicho. Además, confirmó que los cuadros que el señor White tenía en su poder se los había regalado él mismo como pago por sus servicios.

        —El coronel tuvo un lapsus de memoria por el susto —nos contó el detective—. Pero en cuanto se despertó hace apenas un par de horas comenzó a recordar algunas cosas. Según contó, no pudo ver al agresor de frente, pero vio su imagen reflejada en un espejo del salón.

        —¿Y pudo dar su descripción?

     —Dijo que le pareció que era un tipo corpulento. Y recordó que llevaba unas patillas enormes.

        Mimí y yo nos miramos. Demasiadas casualidades, me dije. Y sin duda ella estaba pensando lo mismo.

       —¿Y si lo intentamos con el retrato robot? —le sugerí a Mimí.

        —¿Sabes dibujar?

        —Tengo sobresaliente en Dibujo.

       —Chico, eres una caja de sorpresas. ¿Alguna habilidad más que yo desconozca?       

        Pensé decirle: «Ni te lo imaginas, muñeca». Pero en vez de eso me sonrojé y agaché la cabeza. Las orejas me quemaban por la vergüenza.

 

       

(CONTINUARÁ)