El arte de la anticipación

El sueño más recurrente de ciertos políticos es la anticipación: inaugurar puentes, autopistas y aeropuertos antes de que estén en funcionamiento; anunciar triunfos electorales antes de que los ciudadanos hayan votado; es decir, vender la piel del oso antes de cazarlo. Para los anales de la anticipación queda la jugada magistral de cierto ministerio español, que no hace mucho anunció una redada contra el terrorismo y la detención de sus diligentes, además de la incautación de abundante material y documentos; pero la paradoja es que alguien lanzó la noticia a bombo y platillo en la web y  saltó a las redes sociales media hora antes de que se produjera. Como era de esperar, los terroristas, que saben leer y tienen twitter y facebook, se anticiparon al anticipado anuncio de la redada y, o bien pusieron los pies en polvorosa, o bien destruyeron los documentos comprometedores, a la par que abundantes. También al periodista moderno y guay le gusta anticiparse a la noticia antes de que ocurra, degradando la profesión a un estatus más cercano al arte de la quiromancia que al de contar las cosas que han ocurrido. Atrás quedan los tiempos en que la gente tardaba semanas, meses o incluso años en enterarse de que había empezado o terminado una guerra. Un ejemplo, tal vez algo extremo, es el del teniente japonés Hiroo Onoda, que fue destinado en plena Segunda Guerra Mundial a la remota isla filipina de Lubang, con la orden de "no rendirse ni suicidarse". En 1974, cuando finalmente salió de su escondite muy a su pesar, hacía casi treinta años que la guerra había terminado. Hiroo Onoda se lamentaba amargamente de que las noticias tardaran tanto tiempo en llegar. Su caso, con la eximente de que la radio llegaba con muchas interferencias a la selva filipina, se encuentra en las antípodas del arte de la anticipación.