Carta abierta (y cerrada) a la Secretaria de Estado

Iluminadísima Sr. Dña. Monserrat Gomendio Khindelan, Secretaria de Estado de Educación, Formación Profesional y Universidades:

 

Desde ayer anda el patio revuelto por el asunto del dichoso Informe PISA, que a pesar de lo que muchos pensábamos no tiene nada que ver con la famosa torre inclinada de Idem, aunque a juzgar por la polémica que genera, quizá algún mal de cimentación sí que tenga, como la torre.

 

Ahora resulta que los alumnos españoles, que estaban a la cola de la cola, lo están también a la cola de «resolver asuntos domésticos»; léase: «buscar la ruta más corta en un mapa de carreteras, manejar y programar aparatos y electrodomésticos complejos, comprar billetes de transporte con combinaciones de líneas», etcétera, etcétera, etcétera.

 

Descubrir la pólvora a estas alturas de la civilización resulta no solo ridículo, sino incluso caro. Creo que cualquier profesor de Primaria o Secundaria (también el profesorado universitario, sin duda) podría haberle dado esos datos, ¡y gratis! Pero a veces preguntamos la hora a quien no tiene reloj. Todo lo que cuenta el informe lo sabe la mayoría de los padres, de los profesores e incluso de los extranjeros que nos visitan y que ni siquiera hablan nuestro idioma. En una ocasión, cuando yo ejercía la digna profesión de docente de la que me exilié con premeditación y alevosía para ver el mundo desde mi ventana, me tropecé con una alumna que, después de una actividad en el Museo Arqueológico de nuestra ciudad, (apenas a 1.500 metros del instituto) me dijo que no sabía regresar a su casa sola. Pues sí, es verdad, no se orientan; no saben programar una lavadora; no saben programar el aire acondicionado y, si me apura, no saben hacer su cama o fregar los platos.

 

Pero una vez reconocido esto, y mucho más. Ayer, creo que fue ayer, usted, Iluminadísima Sra. Secretaria de Estado, licenciada en Biología, investigadora, autora de más de ochenta libros, Miembro Correspondiente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, etcétera, etcétera y mil etcéteras… Ayer, digo, saltó usted a la palestra para declarar ante las cámaras, sin mover un músculo de la cara, por lo que se deducía que no se trataba de una bromita para relajar tensiones, que la culpa de todo esto, es decir, de que nuestros jóvenes y jóvenas sean torpes de necesidad, es de los profesores y de las metodologías obsoletas y decimonónicas que se utilizan en este país. Y para rematar —si es que la afirmación en sí misma no fuera ya un remate a modo de puntilla taurina— se atrevió a pronosticar que todo eso se acabará, ipso facto, cuando se implante la Gloriosa LOMCE, a la que todos deberíamos esperar como agua de mayo. ¿Y se queda usted tan pancha?

 

Pues bien, Sra. Secretaria, etcétera, quiero decirle que seguramente esa «niña» que mencioné antes y a la que yo daba clases de Latín no sabía volver a su casa porque mi forma de explicar el Ablativo Absoluto, los valores del Genitivo y los verbos deponentes y semideponentes era decimonónica y obsoleta. Seguramente esa «niña» no sabía volver a su casa, porque la profesora de Arte le proyectaba diapositivas en una pared mugrienta y rugosa del aula en vez de llevarlos al Prado y conducirlos cual grácil auriga por las pétreas salas inundadas de belleza y armonía.

 

Sepa usted, señora mía, que yo —por edad y por las cosas de la vida— no estudié con la LOGSE, ni con la LOE, sino con la LESAEN (La Letra con Sangre Entra), que fue instituida por el también Ilumindadísimo Marco Fabio Quintiliano, natural de Calahorra, hace unos 2.000 años (para redondear), y que estuvo vigente hasta tiempos no muy lejanos. Por supuesto, no voy a reivindicar la metodología de Quintiliano que, por otra parte, detesto; pero sí quiero contar algo al respecto, si me lo permite:

 

PRIMERO. Yo aprendí Arte con doña Encarna Guirao, que nos mostraba las fotografías de los libros para que nos hiciéramos una idea vaga, vaguísima (desde la última fila de un aula de 47 alumnos) de cómo era el David de Miguel Ángel. Las clases eran monótonos dictados donde se describían, sin verlas, las formas de los frisos y las metopas griegas. Cuando tenía que mostrarnos un desnudo en la fotografía de una enciclopedia, doña Encarna, con sus dedos artríticos y prejubilados, tapaba las partes pudendas del doncel o la doncella, para que no nos escandalizáramos ante tan impúdica visión. Hoy en día me conozco el Prado y el British Museum como la palma de mi mano, y frecuento las playas nudistas (en verano, naturalmente).

 

SEGUNDO. Yo aprendí francés y cultura francesa con don Poyatos (nunca supimos el nombre, o no nos interesó saberlo), escuchando los discos de George Moustakí hasta que los surcos parecían caballones, y leyendo en clase a palo seco ("tú, Martínez, un párrafo; tú, Navarro, el siguiente") en francés y sin diccionario ni explicaciones L´Etrangère de Camus. Hoy en día soy un amante de la cultura francesa, de la música y de la literatura, de la gastronomía, y me muevo por París como Perico por sus viñas; tomo el metro, hago combinaciones complejas de líneas de autobuses, hablo de fútbol en francés con los taxistas y creo que podría dibujar un plano a mano alzada de la torre Eiffel, que está repintada con óxido ferroso extraído en una mina de Aragón.

 

TERCERO. Yo aprendí latín y griego a base de repetir hasta la extenuación las formas verbales, los falsos parisílabos de la tercera declinación y los verbos pollirrizos griegos. Mientras fregaba sartenes y cacerolas con un estropajo de esparto, repetía cientos, miles de veces, aquel lambano, lépsomai, élabon, eilefa. Hoy en día soy capaz de programar el aire acondicionado, la lavadora e incluso descalcificar la plancha de vapor mientras repito: eszío, édomai, éfagon, edédoka.

 

Y ÚLTIMO. Quizá debería saltarme este punto, señora Secretaria, etcétera, pero voy a aprovechar el espacio para decirle que yo me exilié de la enseñanza hace unos años porque gente como usted decidió culpar a los profesores de los males de la sociedad, de las desgracias de la clase política e incluso de la humanidad. Ahora que no soy sospechoso de estar haciendo corporativismo, puesto que me he apeado del mundo y me dedico a mis libros y mis paseos junto al mar, le digo que ni el más perro, ni el más gandul, ni el más indolente de los profesores que tiene este país se merece una Secretaria de Estado, etcétera, etcétera como usted, o como ustedes, pues supongo que sus desafortunadas declaraciones no han sido hechas motu proprio.

 

Vale