Posiblemente la primera huelga seria y rigurosa de la civilización occidental, desde que Lisístrata convocara la suya hace 2.400 años, es la reciente huelga que promueve la Confederación Española de Padres y Madres de Alumnos (en adelante, CEAPA). El título de la huelga reza: «Noviembre 2016: fines de semana sin deberes». La CEAPA argumenta: «Las madres y los padres queremos recuperar el tiempo familiar que nos corresponde, lo necesitamos para realizar actividades conjuntas con nuestros hijos e hijas».
Según la CEAPA —y yo me fío de ellos—, los niños de hoy tienen que hacer demasiados deberes en casa y no les sobra apenas tiempo para la conciliación familiar ni para otras actividades complementarias de su educación, a saber: judo, tenis, alemán, piano, inglés, violín, fútbol, ballet, guasapear, subir fotos a las redes, jugar al gargantolo, dar por saco, fotografiarse delante del espejo del baño, etcétera.
Para contrarrestar el tiempo dedicado a los deberes y fomentar la vida familiar, la CEAPA sugiere realizar durante los fines de semana algunas actividades sustitutivas: «charlar con los hijos de un tema de actualidad, visitar un museo, preparar la cena conjuntamente, escribir una tarjeta a los abuelos, practicar un deporte juntos, visitar un lugar nuevo en la ciudad, ordenar las cosas juntos, visitar algún familiar, abordar algo que nos enfada, tomar una decisión familiar juntos, conversar sobre la tolerancia, organizar un juego colectivo, navegar juntos en Internet, ver películas todos juntos, hacer una ruta en transporte público, hablar de la violencia de género, preparar una receta de cocina nueva, pasar juntos un día en el campo, pensar en propuestas para diciembre». Y después de dar estas ideas chupimegageniales, la CEAPA añade: «Y cuando salgáis de casa, los deberes se quedan allí. Tus hijos e hijas lo necesitan».
Debo confesar que soy persona dada a entusiasmarse fácilmente con cualquier propuesta novedosa y/u original. Y, por consiguiente, al leer tan ingeniosa contrapropuesta educativa, me emocioné e ilusioné, a partes iguales, hasta el punto de que unas lágrimas afloraron a mis ojos, además de sentir la carne de gallina por todo mi cuerpo, excepto las plantas de los pies, que las tengo algo insensibles de un tiempo a esta parte. Así que con semejante chute de ilusión educativa reuní a mis hijos la semana pasada en el salón de casa y les dije: «¡Se acabaron los deberes!». Y ante la cara de sorpresa e incredulidad, antes de que empezaran a gritar y se lanzaran a las tablets, teléfonos móviles y otros artilugios electrónicos que hay por toda la casa, añadí: «Pero solo los fines de semana de noviembre, mientras dure la huelga convocada por la CEAPA». La puntualización les gustó menos.
Llevado por mi tendencia natural a la planificación y al orden, decidí seguir al pie de la letra las instrucciones de la CEAPA y poner manos a su implementación. Y así el primer viernes de huelga, a la hora o´clock, estaba yo en la puerta del centro escolar para recoger a mis retoños y poner en práctica la teoría.
Narraré el magnífico fin de semana que pasamos en familia:
Viernes, 15:05 h. Sentados en la puerta del centro escolar y sin tiempo a comer para no retrasar los planes, mis hijos y yo estuvimos charlando con entusiasmo sobre las elecciones de EE UU, que es un tema de actualidad, como sugiere la CEAPA. Analizamos los pros y los contras de que ganara Trump o Clinton. Lamentablemente, no llegamos a ninguna conclusión porque no tenían datos suficientes sobre la historia ni la economía de EE UU. Ya aprenderán todo eso cuando vayan a Nueva York de viaje de estudios, que les hace mucha ilusión.
Viernes: 17,30 h. Visitamos el museo de la Ciencia de nuestra ciudad. Durante más de tres horas, recorrimos los pasillos, los aseos y finalmente la cafetería, donde pasamos la mayor parte del tiempo, y comentamos con animosidad algunos de los artilugios científicos e inventos que se exponían en las vitrinas. Lamentablemente, no entendieron muchas de las cosas que vimos puesto que los pobrecitos, por culpa de tantos deberes, no tienen apenas tiempo para interesarse por la ciencia. Ya los aprenderán cuando sean grandes, o en Wikipedia, que es gratis.
Viernes, 21:30 h. Preparamos (mis hijos dicen «preparemos» porque no tienen suficientes competencias lingüísticas) una cena en familia. Huevos revueltos con tocino y panceta. Chorizos al jerez con Ketchup. Patatas fritas Pijo y Acho (seis bolsas), que son nuevas y están muy ricas. De postre, tarta al whisky y profiteroles con nata, que les encanta, todo untado con Nutella. El menú lo eligieron ellos democráticamente puesto que está bien que también opinen sobre estas cosas y no se las impongamos los adultos. Nos pusimos hasta el culo. Cuando terminamos era ya medianoche.
Sábado, 00:30 h. Les escribieron una tarjeta a sus abuelos, a los vivos y a los muertos, pues la CEAPA no nos ha orientado a los padres sobre qué hacer en caso de óbito. De paso, aprovecharon para pedirles cositas para los Reyes y Santa Claus: un móvil nuevo, una tablet con pantalla retráctil y cosas de esas que ahora les gusta tanto a los jóvenes. Al final nos acostamos casi a las 02:00 horas ya del sábado. Pero mereció la pena, ya lo creo. Yo me fui a la cama un par de horas más tarde para corregirles las faltas de ortografía de las tarjetas, pobrecitos.
Sábado, 08:30 h. Después de un desayuno en familia, fuimos a visitar un lugar nuevo en la ciudad. Como lo tienen todo más visto que el tebeo, los llevé a unos refugios antiaéreos que han abierto recientemente al público y que son superinteresantes. El guía nos lo explicó todo muy bien: el origen de la construcción, el uso civil y la historia hasta la actualidad. Debo confesar que mis hijos se aburrieron bastante porque el tema de la Guerra Civil les queda un poco lejos y el profesor de Historia nunca puede llegar a explicarlo por falta de tiempo para cumplir el programa. Por lo general se quedan en el Pleistoceno —como mucho en el Plioceno—, y el resto de la historia la estudian ya ellos cuando son mayores y tienen más tiempo y responsabilidades.
Sábado, 13:30 h. Tocaba visitar a un familiar y, como no tengo ninguno en la ciudad, decidí visitar a mi amigo Raimundo, que es como mi hermano. El pobre está pasando una mala racha porque lo ha dejado la mujer por un vendedor de seguros. Está tan mal que a mediodía, cuando nos presentamos en su casa, estaba ya con el pijama puesto y preparado para irse a la cama. Aunque no mostró ningún entusiasmo al vernos, entendió perfectamente el objeto de nuestra visita y colaboró en la medida de sus posibilidades. Los chicos le recitaron la tabla de multiplicar varias veces, casi hasta las seis de la tarde, para demostrarle que se puede saber matemáticas sin hacer deberes. La verdad es que se equivocaron bastante, pero eso fue sin duda por los nervios.
Sábado, 18:00 h. Intentamos tomar una decisión juntos. El asunto era dónde pasar las vacaciones el próximo verano. Las propuestas de los chicos eran descabelladas, la verdad: la Polinesia Francesa, el Cráter de Ngorongoro, las Islas Cook, en fin, lugares inaccesibles para mi economía de trabajador autónomo. Lo peor de todo es que cuando les pregunté si sabían dónde estaban esos lugares me confesaron que no tenían ni idea.
Domingo, 08:00 h. Me costó Dios y ayuda despertarlos. Tocaba jugar todos a un mismo juego. Lo hicimos con el Trivial Juvenil, pero no acertaban ni una. Y eran preguntas facilísimas. Por ejemplo, ¿dónde está la Puerta de Alcalá? ¿Quién construyó la Torre Eiffel? ¿Cuál es la capital de México? Yo creo que lo hacían a propósito. La única respuesta que supieron fue en qué equipo de fútbol juega Messi.
Domingo, 12:00 h. Vimos juntos once películas. Pero no once películas seguidas, sino todas a la vez. Hasta ese día no sabía que era posible. ¡Qué habilidad…! Los chicos cambiaban con el mando a distancia cada treinta segundos, o menos, y eran capaces de seguir el hilo de todas las historias. Caramba, si me lo cuenta otro no me lo creo.
Domingo, 19:00 h. Durante tres horas estuvimos haciendo una ruta en transporte público, como sugería la CEAPA. Estuvo muy bien, aunque resultó algo monótono, porque mis hijos estaban ya perezosos y se negaron a cambiar de autobús. Así que dimos muchas vueltas en la línea 05, hasta que el conductor nos llamó la atención y nos dijo que nos fuéramos a casa, que ya estaba bien de cachondeo.
Domingo, 22:00 h. Lo peor vino entonces. Según mi plan, es decir, el de la CEAPA, debíamos prepara una receta de cocina nueva. Ahí se produjo un pequeño motín y tuve que ceder a los caprichos de los hijos. Llamaron al Telepizza y pidieron lo que les dio la gana. La educación consiste también en eso: ceder de vez en cuando.
Después de la cena faltaba todavía pasar un día en el campo, practicar deporte juntos, ordenar las cosas juntos, abordar algo que nos enfadara, hablar sobre la tolerancia, navegar juntos por Internet, hablar de la violencia de género y, por último, pensar propuestas para diciembre. La verdad es que me alegré de que mis hijos se negaran en redondo. Es que era muy de noche y hacía mucho frío. Así que les dije que no se preocuparan, que el fin de semana siguiente lo planearía con más rigor para que nos diera a hacerlo todo.
Sin embargo, las cosas no salieron como yo imaginé. El lunes, cuando volvieron del colegio me entregaron un pliego de condiciones con exigencias entre la que estaba desconvocar la huelga. Según
ellos, no estaban dispuestos a pasar ni un solo fin de semana más en familia. Preferían hacer deberes y hartarse con la tablet. Intenté razonar, pero fue inútil. Me llamaron irresponsable y otras
cosas que no diré por pudor. Pero lo peor de todo es que, después de ceder a sus exigencias, se lo conté a mi señora esposa, que desde el primer día no había querido saber nada de huelga ni de
gaitas, y en vez de apoyarme, delante de mis hijos me dijo muy seria: «Tú eres gilipollas». Y por primera vez en la vida no supe rebatirle un argumento.