La razón de la sinrazón

 

No recuerdo quién fue el primero de nosotros que apareció enganchado en los hierros. Pero sí recuerdo que poco después ya éramos cuatro, cinco, una docena. Al cabo de unas semanas éramos varios centenares. Dicen que la culpa fue de un italiano. Pienso más bien que la culpa es de la estupidez humana. Aquellos cientos pasamos a ser miles al cabo de un mes. Yo era uno de ellos. Dicen que el italiano que desató esta absurda moda era de Roma. Aquella manía de engancharnos a los hierros fue contagiándose de ciudad en ciudad. Se extendió por el mundo como la peste bubónica. Dicen que además de italiano era escritor. En la actualidad somos millones los que estamos enganchados a las barandillas de los puentes de todo el mundo. No recuerdo el nombre de aquel escritor, pero dicen que en una de sus novelas aparecían unos enamorados que enganchaban un candado a la barandilla de un puente, como símbolo de su amor, y tiraban la llave al río. Desde entonces media humanidad nos engancha en las barandillas y se olvida de nosotros. Los fabricantes de candados y ferreteos se frotan las manos y compran apartamentos de lujo en primera línea de playa.