Chalecos reversibles

Una vez mientras paseaba por Mérida haciendo tiempo para ver Edipo rey en el Teatro Romano, vi en un escaparate un maniquí vestido de novio con un cartel que decía «Chaleco reversible». Entonces se me ocurrió escribir un cuento sobre un tipo que iba a comprarse el traje de novio a los Almacenes Moráis y se llevaba un traje así, con chaleco reversible, para sacarle más partido después de la boda.

 

El caso es que cuando se probó el chaleco del revés —por el otro lado tenía mucho colorido y era más atrevido— sintió un calentón en la entrepierna. Entonces la vendedora de los Almacenes Moráis no pudo resistir la atracción sexual por aquel hombre y se pusieron a chingar cual animales silvestres en el probador.

 

Luego pensé que a lo largo del relato aquel hombre debía experimentar unas cuantas veces más la sensación de seducción varonil al ponerse el chaleco del revés, y que cada vez que lo hiciera las mujeres caerían rendidas a sus encantos, o más bien a los de su chaleco. De esta forma, su vida entraba en una vorágine que lo llevaba a seguir seduciendo y enloqueciendo sexualmente a todas las mujeres que se cruzaban en su vida cuando se ponía el chaleco del revés, a saber: una camarera del hotel donde pasó su noche de bodas, una restauradora del Museo Arqueológico de El Cairo, su secretaria, la mujer de la limpieza de la piscina municipal, su propia socia, una veterinaria, una enfermera, su profesora de squash, una psiquiatra y una policía municipal de Benidorm (Alicante). Me pareció que con estos ejemplos ya era suficiente, aunque podría haber puesto más.

 

Al final el cuento terminaba cuando el tipo del chaleco quedaba con su mujer para cenar en la celebración del primer aniversario de bodas. Entre el primer y el segundo plato —aquí debería haber algo así como un redoble de tambores literarios— la esposa le tenía guardada una noticia-sorpresa: estaba embarazada de cuatro meses. El tipo, como suele ser normal, se alegró mucho, pidió una botella de vino y brindaron. Pero al brindar, vació parte de su copa por accidente sobre la falda de su esposa y ella tuvo que ir a los aseos para limpiarla, o eso pensó él equivocadamente, porque cinco minutos después su esposa regresaba a la mesa, sonriente, y con otra falda con más colorido. Cuando el tipo le preguntó de dónde había sacado la falda en tan poco tiempo, la esposa le respondió que era una falda reversible que había comprado cuatro meses atrás en los Almacenes Moráis. Fin.

 

El caso es que la historia me gustaba mucho y ya había escrito el primer párrafo cuando cayó en mis manos el relato de un escritor que en otro tiempo fue amigo mío, titulado «Traje de novio con chaleco reversible». Para horror de mis horrores, el argumento de aquel cuento era exactamente igual que el del mío. Lo primero que pensé fue que me había plagiado, pero era imposible porque el cuento estaba publicado y el mío apenas estaba iniciado. Luego me pellizqué por si era una pesadilla y por fin decidí escribirle un correo electrónico al escritor examigo mío para decirle que el cuento era una mierda, además de poco original. Nunca me contestó, pero yo me quedé en la gloria bendita y me ahorré los 60 euros de la visita a mi psicoanalista, que ya me tiene advertido que concierte cita con él por vía de urgencia cada vez que se me ocurra un cuento que ya haya escrito otra persona. Y es que llevo gastado un pastón en el psicoanalista en los últimos años.


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Comentarios: 2
  • #1

    Samalo (miércoles, 18 septiembre 2019 20:23)

    Yo me compre a plazos uno parecido, en Pepe de la Confecciones, solo que el mío no era reversible.

  • #2

    Luis Leante (sábado, 21 septiembre 2019 11:37)

    Qué recuerdos más buenos me traes de esa tienda y esa calle, probablemente la más bonita del mundo, sin despreciar las demás. ¡Y a plazos! Cuando los comerciantes y tenderos tenían una libreta debajo del mostrador y anotaban a mano las deudas, plazos y demás. Eso también lo conozco bien.