La COVID, el ‘procés’ y las tarifas eléctricas

Mi amigo Raimundo no suele ver la tele, excepto la sección de «El Tiempo» en las noticias de la noche. Sin embargo, lee con desatino la prensa y escucha la radio a todas horas. Se puede decir que es un ciudadano bien informado.

 

Hasta hace unas semanas, la obsesión de mi amigo Raimundo era no contagiar la COVID-19 a su madre nonagenaria, a la que cuida desde que empezó la pandemia. Pero su madre está ya vacunada con las dos dosis y él tiene ya la primera de una de la vacunas, no sé si la de los trombos cerebrales o las otras. Ahora ha dejado de hacer estadísticas sobre las posibilidades de contagio, los efectos secundarios de las vacunas y el ritmo de vacunación para llegar a la inmunidad de grupo —bueno, él dice «de rebaño»—. Un descanso para todos, pero especialmente para su madre, que finge demencia para no escucharlo. Y ese habría sido un final cercano a lo que se considera feliz si los medios de comunicación no se hubieran agarrado a una nueva maturranga para mantener viva la llama de la expectación informativa, como si el mundo se fuera a acabar justo en el momento en que se da la noticia.

 

Me refiero, por ejemplo, al indulto de los presos del ‘procés’ o a las nuevas tarifas de la luz que entrarán pronto en vigor. Y las dos cosas al mismo nivel, o esa sensación da al leerlas. El bombardeo es tal que mi amigo Raimundo ha entrado otra vez en bucle con estos dos temas y vuelve a llamarme a las cuatro de la madrugada para contarme indignado que si indultan a los catalanes él se va de España. «¿A Marruecos?», le pregunto y me suelta un improperio. Me sorprende de repente ese interés de Raimundo por los asuntos judiciales, esa crispación, ese sinvivir que le recorre el sistema nervioso y le crispa los nervios y otras partes de su anatomía. Me pregunta qué pienso del asunto y le respondo que no tengo por costumbre pensar a las cuatro de la noche. Y pregunta por pregunta, le pregunto qué hace despierto a esas horas y me cuenta que está poniendo la lavadora, planchando y pasando el aspirador, porque ha leído en la prensa que las tarifas nocturnas son más baratas a esas horas y te puedes ahorrar hasta dos euros al mes. «Una pasta gansa», le digo con ironía. Y me cuelga. Hay que joderse. Todavía quedan dos horas y media hasta que amanezca.